Translated by Giancarlo Sandoval (Perú), also by Rafael Mondragón (México), Carlos Maza (Perú)
Recorded and read by Adriana & Iván: @youtube
En El principito de Antoine de Saint Exupery, el protagonista encuentra a un hombre de negocios que acumula estrellas con el único propósito de poder comprar más estrellas. El principito está perplejo. Solo posee una flor, que riega a diario, y tres volcanes que limpia cada semana. "Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea", dijo el principito, "pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...".
Hay en la actualidad muchos hombres de negocios que son propietarios del conocimiento. Por ejemplo, Elsevier, el mayor editor académico, cuyo margen de ganancia de 37%1 contrasta drásticamente con las tarifas educativas en aumento, la interminable expansión de la deuda por becas-préstamo de los estudiantes y los salarios de pobreza de los empleados académicos. Elsevier posee algunas de las más grandes bases de datos de material académico, cuyas licencias se otorgan a precios tan escandalosamente altos que incluso Harvard, la más rica de las universidades del Norte global, se ha quejado porque ya no puede pagarlas. Robert Darnton, ex director de la biblioteca de harvard, dice: "Nosotros, la academia, realizamos la investigación, escribimos los ensayos e informes, arbitramos los ensayos de otros investigadores, actuamos como comités editoriales, todo ello gratuitamente... y luego tenemos que comprar los resultados de nuestro trabajo a precios salvajes."2 Ante todo el trabajo sostenido por el dinero público que beneficia a los editores académicos, especialmente la revisión por pares en la que se fundamenta su legitimidad, los artículos en publicaciones periódicas especializadas tienen precios tan altos que terminan por prohibir el acceso a la ciencia a muchos académicos —y a todos los lectores no académicos— de todo el mundo, y los convierten en un símbolo de privilegios.3
Hace poco, Elsevier entabló en Nueva York una demanda por infracción al derecho de propiedad intelectual contra Science Hub y Library Genesis, reclamando millones de dólares por daños.4 Se trata de un duro golpe, no solo para los administradores de esos sitios en internet, sino también para miles de investigadores de todo el mundo para quienes esos sitios son la única fuente viable de materiales académicos. Redes sociales, listas de correos y canales IRC se han llenado de afligidos mensajes en búsqueda desesperada de artículos y publicaciones.
Mientras la Corte de Distrito de Nueva York emitía su interdicción, se difundió la noticia de la renuncia colectiva del consejo editorial completo de la prestigiosa revista Lingua, que citaba como motivo la negativa de Elsevier a tornarse de acceso abierto y renunciar a las altas tarifas con que grava a los autores y a sus instituciones académicas. Mientras escribimos estas líneas, circula una petición que exige a Taylor & Francis no cerrar Ashgate,5un editor de humanidades antes independiente que el corporativo adquirió en 2015. Ashgate enfrenta la amenaza de seguir el camino de otros pequeños editores que están siendo arrollados por la creciente monopolización y concentración del mercado editorial. Estas son solo algunas de las señales que indican que el sistema se ha roto. Nos devalúa a autores, editores y lectores por igual. Parasita nuestro trabajo, lleva nuestro servicio público al fracaso y nos niega el acceso6.
Contamos con los medios y los métodos para hacer que el conocimiento sea accesible para todos, sin barreras económicas y a un costo mucho más bajo para la sociedad. Pero el monopolio del acceso cerrado a la edición académica, sus ganancias espectaculares y su papel central en el establecimiento de prestigio académico pasa por encima del interés público. Los editores comerciales bloquean efectivamente el acceso libre, nos criminalizan, persiguen a nuestros y nuestras héroes y destruyen nuestras bibliotecas una y otra vez. Antes de Science Hub y Library Genesis estaban Library.nu o Gigapedia; antes de Gigapedia, estaba textz.com; antes de textz.com había muy poco, y antes de eso no había nada. Eso es lo que ellos desean: reducirnos, a la mayoría de nosotros, a esa nada que había al principio. Y cuentan con absolutamente todo el apoyo de las cortes y la ley para lograrlo.7
En el caso de Elsevier contra Science Hub y Library Genesis, el juez ha dicho: "la simple puesta a disposición gratuita de contenido protegido por su registro como propiedad intelectual, a través de sitios de internet extranjeros, perjudica al interés público"8. El alegato original de Alexandra Elbakyan pone en alza las apuestas: "Si Elsevier logra cerrar nuestros proyectos o nos fuerza a llevarlos a la red clandestina, sería la demostración de una idea importante: que el público no tiene derecho al conocimiento."
Demostramos diariamente a una escala masiva que el sistema se ha roto. Compartimos nuestros escritos en secreto, a la espalda de nuestros editores, damos la vuelta por detrás de los muros del dinero para acceder a artículos y publicaciones, digitalizarlos y subirlos a bibliotecas en línea. Este es el otro lado del margen de ganancia de 37%: nuestras comunidades de conocimiento crecen sobre las líneas fallidas de un sistema roto. Somos custodios del conocimiento, custodios de las mismas infraestructuras de las que dependemos para producir conocimiento, custodios de nuestra fértil pero frágil comunidad de intereses. Ser así un custodio es, de facto, descargar, compartir, leer, escribir, reseñar, editar, digitalizar, archivar, mantener bibliotecas, hacerlas accesibles. Es ser útil, no propietario, de nuestra comunidad de conocimiento.
Aaron Swartz, que no se arredró ante ningún riesgo al defender lo que hoy aquí te urgimos a defender también, escribió hace más de siete años: "nNecesitamos tomar la información dondequiera que esté almacenada, hacer nuestras copias y compartirlas con el mundo. Necesitamos tomar aquello que está fuera del derecho de propiedad intelectual y añadirlo al archivo. Necesitamos comprar bases de datos secretas y colgarlas en la red. Necesitamos descargar publicaciones periódicas académicas y subirlas a redes de archivos compartidos. Necesitamos pelear por el acceso libre guerrillero. Si llegamos a ser suficientes de nosotros en todo el mundo, no solo estaremos enviando un mensaje poderoso de oposición a la privatización del conocimiento; estaremos convirtiéndola en un asunto del pasado. ¿Te unes a nosotros?"9
Nos encontramos en un momento decisivo. Es momento de reconocer que la existencia misma de nuestra masiva comunidad de conocimiento es un acto colectivo de desobediencia civil. Es momento de dejar nuestros escondites y poner nuestros nombres en este acto de resistencia. Quizás te sientes aislado, pero somos muchos. La ira, la desesperación y el miedo a perder nuestras infraestructuras bibliotecarias, enunciadas por toda la red, nos lo confirman. Es tiempo de que nosotros, los custodios, seamos perros, humanos o cyborgs, con nuestros nombres, apodos y seudónimos, alcemos la voz.
30 de noviembre de 2015.
Dušan Barok, Josephine Berry, Bodó Balázs, Sean Dockray, Kenneth Goldsmith, Anthony Iles, Lawrence Liang, Sebastian Lütgert, Pauline van Mourik Broekman, Marcell Mars, spideralex, Tomislav Medak, Dubravka Sekulić, Femke Snelting...